lunes, febrero 19, 2007

Magia Más Insondable de antes de los albores del tiempo

Mientras seguían agazapadas en los arbustos con las manos sobre el rostro, las dos niñas oyeron la voz de la bruja que gritaba:


-¡Ahora! ¡Seguidme todos y daremos fin a lo que queda de esta guerra! No necesitaremos mucho tiempo para aplastar a las sabandijas humanas y a los traidores ahora que el gran idiota, el gran gato, está muerto.

En aquel momento las niñas corrieron, por unos pocos segundos, un gran peligro, pues entre gritos salvajes y un agudo sonido de gaitas y estridentes trompas, toda aquella repugnante chusma abandonó en tromba la cima de la colina descendiendo por la ladera y pasando junto a su escondite. Notaron como los espectros pasaban por su lado como un viento helado y como el suelo temblaba a sus pies bajo el galopar de los cascos de los minotauros; y sobre sus cabezas pasó un revoloteo de asquerosas alas y una negra masa de buitres y murciélagos gigantes. En cualquier otro momento habrían temblado de miedo; pero en aquellos instantes la tristeza, la vergüenza y el horror de la muerte de Aslan ocupaban hasta tal punto sus mentes que apenas pensaron en ello.

En cuanto el bosque volvió a quedar en silencio, Susan y Lucy se deslizaron sigilosas hasta la cima al descubierto de la colina. La luna empezaba a descender y finas nubes la atravesaban, pero aún pudieron ver la figura del león que yacía atado y sin vida. Las dos se arrodillaron sobre la húmeda hierba y besaron su rostro helado y acariciaron su hermoso pelaje –lo que quedaba de él-, y lloraron hasta quedarse sin lágrimas. Luego se miraron la una a la otra, se tomaron de las manos sintiéndose muy solas y volvieron a llorar; y a continuación volvieron a quedar en silencio. Finalmente, Lucy dijo:

-No soporto contemplar ese horrible bozal, ¿No podríamos quitárselo?


Así pues lo intentaron; y tras muchos esfuerzos, debido a que tenían los dedos helados y además era la hora más oscura de la noche, consiguieron su objetivo. En cuanto vieron su rostro sin él, volvieron a prorrumpir en lágrimas y lo besaron y acariciaron y limpiaron la sangre y la espuma tan bien como pudieron.


La suya era una sensación de soledad, desesperación y espanto mucho mayor de la que yo sabría describir.


-Y me pregunto, ¿no podríamos desatarlo también? –dijo Susan entonces.


Sin embargo los enemigos, por pura malevolencia, habían tensado las cuerdas de tal modo que las niñas no consiguieron deshacer los nudos.


Espero que nadie que lea este libro se haya sentido jamás tan desdichado como se sentían Susan y Lucy aquella noche; pero si alguien se ha sentido así –si ha permanecido despierto toda la noche y llorando hasta quedarse sin lágrimas- sabrá que al final llega una especie de calma. Uno se siente como si nada fuera a suceder de ahí en adelante. En cualquier caso, así fue como se sintieron ellas dos. Parecieron transcurrir horas y horas en medio de aquella calma absoluta, y apenas se dieron cuenta de que cada vez sentían más frío. Pero por fin Lucy advirtió dos cosas. Una fue que el cielo por el lado este de la colina estaba un poco menos oscuro de lo que había estado una hora antes; la otra fue un movimiento apenas perceptible en la hierba a sus pies. Al principio no sintió ningún interés por esto último. ¿Qué importaba? ¡Nada importaba ya! Pero finalmente observó que lo que quiera que fuera había empezado a ascender por las piedras verticales de la Mesa de Piedra, y que se movía ya sobre el cuerpo de Aslan. Miró con más atención. Eran unas cositas grises.


-¡Puaj! Exclamó Susan desde el otro lado de la Mesa-. ¡Qué asqueroso! Hay unos ratones horribles reptando por todo su cuerpo. Fuera, criaturas mugrientas. –Y alzó la mano para asustarlos y que se marcharan.


-¡Espera! –dijo Lucy, que los había estado contemplando con más atención-. ¿Distingues lo que hacen?


Las dos niñas se inclinaron al frente y observaron fijamente.


-Creo... –empezó Susan-. Pero ¡qué curioso! ¡Están mordisqueando las cuerdas!


-Eso mismo pensaba yo –indicó Lucy-. Creo que los ratones están de nuestro lado. Pobrecillos, no se dan cuenta de que está muerto. Creen que servirá de algo desatarlo.


Sin lugar a dudas había más luz ya, y cada una de las niñas observó por vez primera el rostro pálido de la otra. Vieron cómo los ratones mordisqueaban las sogas; eran docenas y docenas, incluso cientos, de pequeños ratones de campo. Finalmente, una a una, las cuerdas quedaron totalmente roídas.


El cielo por el este empezaba a clarear ya en aquellos momentos y las estrellas a desvanecerse; todas excepto una muy grande situada en un punto bajo del horizonte oriental. Las dos hermanas sintieron más frío del que habían sentido durante toda la noche. Los ratones desaparecieron en silencio.


Las niñas apartaron los restos de las cuerdas roídas. Aslan se parecía más a sí mismo sin cuerdas. A medida que aumentaba la luz y podían verlo con más detalle, se dieron cuenta de que su rostro sin vida resultaba más noble a cada momento que pasaba.


En el bosque a sus espaldas un pájaro emitió un gorjeo. Todo había estado tan silencioso durante horas y horas que el sonido las sobresaltó. Entonces otro pájaro respondió, y no tardó en oírse el canto de aves por todas partes.


Sin lugar a dudas era ya el amanecer, no el final de la noche.


-Tengo mucho frío –dijo Lucy.


-Yo también –respondió Susan-. Caminemos un poco.


Fueron hasta el borde oriental de la colina y miraron abajo. La solitaria estrella grande casi había desaparecido. El terreno se veía de un color gris oscuro, pero más allá, en el mismo final del mundo, el mar aparecía pálido. El cielo empezó a enrojecer. Anduvieron de un lado a otro más veces de las que fueron capaces de contar entre el cuerpo sin vida de Aslan y la cresta oriental, intentando entrar en calor; y ¡Dios mío, qué cansadas notaban las piernas! Luego, por fin, mientras permanecían por un instante con la vista puesta en dirección al mar y a Cair Paravel, que en aquellos momentos ya empezaban a distinguir, el rojo se convirtió en dorado a lo largo de la línea donde se unían el cielo y el mar y, muy despacio, apareció la silueta del sol. En ese instante oyeron a su espalda un fuerte ruido; un enorme y ensordecedor crujido, como si un gigante acabara de romper un plato descomunal.


-¿Qué es eso? –preguntó Lucy, aferrándose al brazo de Susan.


-Me... da miedo volverme –dijo ella-; sucede algo horrible.


-Le están haciendo algo peor –declaró Lucy- ¡Vamos! –se dio la vuelta, arrastrando a Susan con ella.


La salida del sol había hecho que todo tuviera un aspecto muy diferente –todos los colores y sombras habían cambiado-, tanto que por un momento no vieron lo más importante. Aunque no tardaron en verlo. La Mesa de Piedra estaba rota en dos pedazos con una enorme hendidura que la recorría de extremo a extremo; y no había ni rastro de Aslan.


-¡Oh, oh! Exclamaron las dos, regresando a toda prisa hasta la Mesa.


-No, esto es insoportable –sollozó Lucy-; podrían haber dejado en paz el cuerpo.


-¿Quién lo ha hecho? –exclamó Susan-. ¿Qué significa? ¿Es magia?


-¡Sí! –contestó una potente voz a su espalda-. Es más magia.


Se dieron la vuelta. Allí, brillando bajo la luz del amanecer, más grande de lo que habían visto antes, sacudiendo la melena, que al parecer había vuelto a crecer, estaba el propio Aslan.


-¡Aslan! Exclamaron las dos niñas a la vez, alzando la vista hacia él, casi tan asustadas como felices.


-¿No estás muerto, entonces, querido Aslan? –preguntó Lucy.


-Ahora no.


-¿No serás... un...? –inquirío Susan con voz temblorosa, incapaz de pronunciar la palabra fantasma.


Aslan inclinó la dorada cabeza y le lamió la frente. El calor de su aliento y una especie de fuerte aroma que parecía envolver su melena embargó a la niña.


-¿Lo parezco? –preguntó el leon.


-¡Eres real, eres real! ¿Qué bien, Aslan! –exclamó Lucy, y las dos hermanas se arrojaron sobre él y lo cubrieron de besos.


-Pero ¿qué significa todo esto? –quiso saber Susan cuando estuvieron algo más tranquilas.


-Significa –respondió Aslan- que aunque la bruja conocía la existencia de la Magia Insondable, existe una Magia Más Insondable aún que ella desconoce. Sus conocimientos se remontan únicamente a los albores del tiempo; pero si hubiera podido mirar un poco más atrás, a la quietud y la oscuridad que existía antes del amanecer del tiempo, habría leído allí un sortilegio distinto. Habría sabido que cuando una víctima voluntaria que no ha cometido ninguna traición fuera ejecutada en lugar de un traidor, la Mesa se rompería y la muerte misma efectuaría un movimiento de retroceso. Y ahora...


-Sí, dinos, ¿y ahora? –quiso saber Lucy, dando saltos y palmadas.


-Niñas, niñas –repuso el león-, siento que las fuerzas regresan a mí. ¡Niñas, pilladme si podéis!


Se quedó quieto durante un segundo, con los ojos muy brillantes, la patas estremecidas y sin dejar de azotarse a sí mismo con la cola. Luego efectuó un gran salto por encima de las cabezas de las dos hermanas y fue a aterrizar al lado contrario de la Mesa. Riendo, aunque sin saber el motivo, Lucy trepó al otro lado para atraparlo. Aslan volvió a saltar, y se inició una loca persecución. Les hizo dar vueltas una y otra vez alrededor de la cima de la colina, ora desesperadamente fuera de su alcance, ora pasando entre ellas, ora arrojándolas al aire con las enormes y almohadilladas zarpas para a continuación volverlas a agarrar y luego detenerse de improviso, de modo que los tres rodasen juntos por el suelo en un alegre y risueño montón de pelo, brazos y piernas. Jamás se había conocido en Narnia un retozar semejante; y Lucy no acabó de decidir si fue más parecido a jugar con una tormenta o con un gatito. Lo más divertido de todo fue que cuando por fin acabaron los tres tumbados y jadeando bajo el sol, las niñas ya no se sentían en absoluto cansadas, hambrientas ni sedientas.


C.S. Lewis - El león, la bruja y el armario - Crónicas de Narnia.


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