Un gran libro - Albert Porta
Hasta sentir el paño mojado sobre la frente, había intentado atravesar una sustancia espesa, pegadiza, dulzona, parecida al algodón de la feria. Abrí los ojos lentamente.
-Sigue durmiendo- dijo ella -estás ardiendo.
-Tengo sed.
Al cabo de unos instantes noté el borde de un vaso junto a mis labios.
-Sólo un pequeño sorbo- me recomendó.
El agua cruzaba por mi lengua con la ineficacia de un chaparrón en el Sáhara. Sólo en los labios quedó un resto de humedad.
-¿He dormido mucho rato?
Desde que se marchó el medico.
-Pero ¿qué hora es?
-Las ocho y media. Estoy preparando la cena.
-No me apetece comer.
-No es para ti, el médico ha dicho que sólo debes tomar zumos y alguna cosa ligera.
-Quiero que vuelvas a...
-Todavía es pronto. Duérmete -me ordenó-, hay que esperar a que haga efecto la medicación.
-Olvidemos las pastillas y las inyecciones. Tú sabes lo que necesito.
-Esperaremos un poco más, vuelve a dormirte. Vendré en cuanto termine.
No cumplió su compromiso. Cuando me despertó al pasar su mano por mi cara, en el reloj de la mesilla me pareció ver que era medianoche.
-Has tardado mucho.
-Vine varias veces, pero no te has dado cuenta.
-¿Se han acostado ya todos?
-Sí. Abre la boca.
Casi inmediatamente paladeé una sustancia pastosa que pretendía evocar el sabor de las fresas. Intenté escupirla pero su mano apretó mi mandíbula.
-No, tienes que tragarte el jarabe.
Bebí otro sorbo de agua para descubrir definitivamente la impostura del falso aroma a fresa.
-Mamá, sabes que lo único que hará mejorar está dentro de ti.
-Cómo se te ocurre decir esas cosas, si alguien te escuchara...
-Es la verdad, tú lo sabes, otras veces...
-Otras veces no tenías tanta fiebre.
-Inténtalo al menos.
Con gran dificultad me moví un poco hacia la derecha para dejar sitio en la cama. Mi madre se sentó primero a mi lado y luego extendió las piernas.
-Eres un caprichoso- me regañó, -creo que te estoy malcriando. A ver... por dónde empezamos.
-Con Bécquer.
-Bécquer no sirvió de nada la última vez, habrá que probar con algo más recio. ¿Neruda?
-Bueno y un poco de Juan Ramón también.
-No, Juan Ramón, no. Ese es sólo para situaciones muy graves. En todo caso, Borges. O, mejor, se me ha ocurrido una idea.
-¡A ver!- exclamé.
Los labios de mi madre se acercaron a mi oído y con una dulzura que pocas veces en mi vida he vuelto a sentir comenzó a hablarme en voz baja.
-Defender la alegría...
-¡Benedetti!
-Sí, el año pasado funcionó.
-Está bien, empieza con Mario. No te demores más.
-Defender la alegría...
Al instante la fiebre bajó. Aquella misma semana pude volver al colegio.
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