lunes, mayo 01, 2006

La luna

Mi amiga Nuska ha tenido la gentileza de enviarme este cuento y la foto que figura al pie. Gracias, Nuska!

En tiempos muy remotos había un país donde la noche siempre era oscura y el cielo parecía un gran paño negro extendido por encima, porque en las tinieblas de la noche no aparecían jamás ni la Luna ni las estrellas. Al ser creada la Tierra, la luz nocturna disponible había sido entonces suficiente. De este país partieron en cierta ocasión cuatro jóvenes, llegaron a otro reino donde por las noches, después de haberse ocultado el Sol detrás de las montañas, aparecía una esfera luminosa en lo alto de una enorme encina que iluminaba en todas direcciones con una luz blanquecina muy suave. Con su luz era posible verlo y diferenciarlo todo, aunque no fuese tan brillante como el Sol.

Los caminantes permanecieron silenciosos, pero luego preguntaron a un campesino, que casualmente pasaba por allí con su carro, qué clase de luz era aquella. “Es la Luna”, respondió el campesino, “nuestro alcalde la ha comprado por tres táleros, sujetándola luego en la encina. Diariamente le ha de echar un poco de aceite y limpiarla bien, para que la mecha siempre arada como debe ser. Por este trabajo recibe semanalmente un tálero de cada uno de nosotros”.

El campesino prosiguió su camino y uno de los tres jóvenes dijo: “Esta lámpara nos iría muy bien a nosotros la podríamos colgar. ¡Qué alegría más grande para todos no tener que ir siempre a tientas en las noches!”.

¿Sabéis una cosa?, dijo el segundo, “iremos a buscar un caballo y un carro para cargar la Luna. Los de aquí pueden comprarse otra”.

“Yo subo muy bien a los árboles”, dijo ahora el tercero.”Yo descolgaré y os la bajaré”.

El cuarto trajo un carro con caballos, mientras el tercero subía al árbol, hizo un agujero en la Luna, pasó una cuerda por él y la fue bajando lentamente. Cuando la brillante esfera yacía en el carro, la cubrieron con un paño para que nadie se percatase de aquel latrocinio. Llegaron felizmente a su país y colgaron la esfera en una encina. Jóvenes y viejos, todo el mundo estaba satisfecho y alegre, porque la lámpara iluminaba también sus campos, y llenaba de luz sus casas y habitaciones. Los enanos abandonaron sus cuevas entre las rocas y los pequeños hombres codornices bailaban en el prado su danza en corro, vestidos con sus pequeñas casacas rojas.

Los cuatro abastecían la Luna con el aceite que necesitaba, limpiaban bien la mecha y cobraban semanalmente un tálero. Pero llegó el día en que todos ellos eran ya muy ancianos, y al enfermar uno de ellos y prever su cercana muerte, ordenó que una cuarta parte de la Luna, por ser de su propiedad, debía ser enterrada con él en la tumba. Al fallecer, el alcalde subió al árbol y con unas tijeras de podar cortó una cuarta parte de la Luna, que fue depositada en el ataúd. La luz de la Luna perdió un poco de intensidad, pero era aún poco perceptible.

Al fallecer el segundo, en su tumba se depositó la segunda cuarta parte que le correspondía, y la luz perdió un poco más de intensidad. Pero fue más débil aún al morir el tercero, quien también se llevó la cuarta parte que le correspondía, y cuando falleció el cuarto las antiguas tiniebla reinaron nuevamente en el país. Si la gente salía a la calle sin una lámpara, se golpeaba la cabeza contra las paredes y troncos de árboles.

Pero al reagruparse las partes de la Luna en el Averno, allí donde siempre había reinado la más profunda oscuridad, los muertos empezaron a intranquilizarse, además de despertar de su sueño eterno. Se sorprendieron al comprobar que había recobrado la vista. La luz de la Luna era suficiente para ellos, porque su visión se había debilitado tanto que no hubiesen podido soportar el abrasador brillo del Sol. Abandonaron sus tumbas, estaban alegres y reanudaron sus antiguas formas de vida. Una parte de ellos se dedico al juego y al baile, otros visitaban las posadas donde exigían beber vino, se embriagaban, discutían y reñían, hasta utilizar sus bastones para golpearse. El ruido fue cada vez más infernal, más ensordecedor, hasta llegar a ser percibido en el cielo. San Pedro que vigila la puerta de acceso al cielo, creyó que en el Infierno había estallado una revolución, de forma que llamó inmediatamente a los ejércitos celestiales para que ahuyentasen al malvado enemigo, siempre que éste pretendiese asaltar con sus tropas la residencia de los bienaventurados. Pero como que no llegaban montó en su caballo y cabalgó a través de la puerta del cielo para descender a los Infiernos. Allí tranquilizó otra vez a los muertos, ordenó que se acostasen en sus tumbas, sujetó la Luna con ambas manos y se la llevó para colgarla de nuevo allí arriba en el cielo.

Hermanos Grimm


http://instantesfotografiados.blogspot.com/



Sonata claro de luna - Beethoven

4 comentarios:

Nuska dijo...

Mi niña para mi un privilegio el que hayas puesto el cuento en tu rinconcito, yo encantada de pasártelo.
MUCHÍSIMOSSSSSS BESOSSSSSSS QUE TE VAYA BONITO CHIQUILLA te deseo lo mejor de lo mejor que te lo mereces.

Maribel dijo...

Gracias por todo, Nuska. Me honras con tu visita pero sobre todo con tu amistad.

Besos mil, niña guapa :)

Anónimo dijo...

pon el cuento del calidoscopio

Maribel dijo...

Gracias por pasar por aquí, Anónimo, y por la sugerencia. Lo pongo :)



John Williams - The feather
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